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Revista Mad. No.3.  Septiembre 2000. Departamento de Antropología. Universidad de Chile
http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/mad/03/paper02.htm
Los Sonidos de Chile hacia el Siglo XXI: Los Ritmos del Cambio
Lorenzo Agar Corbinos
Sociólogo. Universidad de Paris VIII. Francia. Magister en Planificación del Desarrollo Urbano y Regional. Universidad Católica de Chile. Académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Director del Programa Global en Población y Desarrollo Sustentable. Universidad de Chile y Fondo de Población de las Naciones Unidas.

"Muchas veces una música calla... muere... pero sigue viviendo dentro de nosotros..." Maestro Rolland.

El futuro es sólo una invención social y personal basada en la angustia del presente. O sea no existe. En consecuencia las ideas que siguen no son más que especulaciones angustiosas, ordenadas con alguna lógica racional que nos permite mirar hacia adelante, ojalá así sea, con armonía musical.

Vivimos tanto el futuro como el pasado, a través del presente. La cultura se disfraza con máscaras de entornos sociales diversos. La esencia es permanente y descubrirla bajo diferentes ropajes nos lleva toda una vida. Lo que descubrimos detrás de las formas culturales cambiantes es siempre la misma esencia: el ser humano en su lucha por superar las obligaciones terrenales y alcanzar su trascendencia. La música ayuda en esta búsqueda, es permanente y por lo tanto esencial.

Los chilenos del próximo siglo necesitarán integrar el silencio en nuestras vidas llenas de apuro y exigencias múltiples. El silencio molesta al hombre occidental y también al neo occidental como nosotros. Frente al silencio arrecia la oscuridad de las palabras ruidosas, sin sentido, sólo con afán de esconder el potencial espacio de reflexión que nos impone la ausencia de señal acústica.

La maravilla del silencio sólo puede ser iluminada por la música, mecanismo de la socialidad que nos puede conducir a descubrir nuestros sentimientos más profundos y penetrar, por asociación mágica, en recuerdos del pasado y en indicios visionarios del porvenir. Pero la música básicamente nos acompaña en el presente, único momento en el cual podemos influir. El pasado nos alegra o nos entristece pero es inmóvil; el futuro es una ilusión regida por un programa que desconocemos.

Para arrancar de los desafíos que nos impone la modernidad de la cultura metropolitana, con sus recurrentes cambios, innovaciones, y vacuidad, nos aferramos a los rituales que perpetúan lo estable, lo reiterado. Como decía aquel poeta anónimo: bendita rutina que regeneras mi vida.... La música en este sentido juega un papel fundamental en la mantención de la relación del hombre con Dios. En un sentido amplio ayuda a la religiosidad, de religare, unión del hombre con sus pies bien puestos en los desafíos prosaicos de la sociedad en la que nos tocó vivir, con la trascendencia espiritual; con ese algo que de sentido a la corta experiencia de vida.

La música, con sus ritmos y sonidos repetitivos, con sus movimientos asociados, otorga cada vez más al hombre citadino el placer de la unión espiritual; da la posibilidad, como a los niños cuando gozan viendo películas repetidas y con un final conocido pues evitan la angustia de lo inesperado, de organizar tiempos de encuentro interior plagados de imágenes cambiantes y que durará un tiempo predeterminado.

Como no pensar también en el clima de encuentro social donde cientos de parejas se levantan al son de los tambores y vientos calientes del carnaval de Barranquilla y generan un ambiente mágico de alegría y sentimiento profundo: una experiencia de encuentro interior, con un pasado desconocido, y de encuentro social, que engrandece el presente y da sentido al porvenir.

La buena música es aquella que sabe recrear la memoria colectiva, el pasado oculto, con la ilusión del devenir sin olvidar la función terapéutica de la repetición, del espacio de un tiempo conquistado, de un silencio respetado y adornado con sonidos celestiales.

La función terapéutica de la música se hace cada vez más necesaria. En el Chile de hoy y en el Chile del mañana.

Todas las tendencias indican que nuestros hijos y nietos vivirán en grandes ciudades. Tratarán de encontrar las raíces de lo rural y natural en el pavimento gris y los sombríos intersticios dejados por las necesidades de mercado y las economías de escala y de aglomeración que favorecen al capital transformado en el nuevo rey de la selva, porque, al fin y al cabo, y a pesar de nuestros nobles intentos, aún no salimos de ésta.

Las proyecciones demográficas indican que cuatro de cada diez latinoamericanos se darán su abrazo de siglo nuevo en ciudades de más de un millón de habitantes. Esta proporción era de uno de cada diez en 1960.

En Chile vivimos concentrados en grandes ciudades; siete de cada diez chilenos se ubican en el Gran Santiago, Valparaíso - Viña del Mar y Concepción - Talcahuano. Somos actualmente 15 millones de habitantes y nuestra población se duplicará en 50 años.

Enfrentar los desafíos de la vida metropolitana implican conocer la personalidad de este ser que vive rodeado de gente que no conoce, con serias dificultades de conocerse a si mismo. Más gente viviendo en ciudades, más gente viviendo en el anonimato cuyas pasiones se revelan crudamente en sufridas y a veces cruentas historias de vida que nos develan la esencia de este hombre rodeado de cemento y de personas (personne: nadie); o sea individuos cercados por la obligación de sus roles y actuando básicamente a través de ellos para poder relacionarse con cierto éxito en medio de la superficialidad social que valora más el envoltorio que el producto. Es decir, se nos ha enseñado a premiar al disimulador, por el discutible mérito de saber vender la imagen que el medio social quiere ver.

Como hecho demográfico relevante podemos predecir, en términos sociológicos, que -a la luz de la predominancia de la vida urbana metropolitana, cuyo sonido refleja las dificultades de encontrarse a si mismo tanto como reconocer en el otro alguien cercano, a pesar de la diversidad de actividades y encuentros sociales- la música y, en general, las actividades artísticas que sirvan para enlazar las almas silentes con el espíritu trascendental, se convertirán en necesidades de creciente importancia.

El ruido de las grandes ciudades motivará el silencio ilustrado de la música. La pérdida de identidad que está produciendo la tendencia creciente a la globalización cultural nos obliga también a pensar en generar una música que sirva para identificarnos con la memoria histórica, insertándonos, a su vez, con los avances musicales de la modernidad. Si sólo pensamos que pocos años más quien no esté conectado al sistema televisivo por cable u otro aún más eficiente y no pueda acceder a la cultura mundial, será considerado un marginal, o entrará a las ignominiosas listas de "hogares pobres".

Lo que viene es la predominancia de la cultura metropolitana, se aproxima la sublimación del "coqueteo urbano" que insinúa mucho pero entrega poco y lo que entrega es con disimulo y bajo ciertas condiciones.

El desafío de la música en tanto expresión cultural privilegiada, en este ambiente de globalización y de concentración en mega ciudades es doble: por un lado reflejar los gustos masivos para no vivir bajo el puente y ser objeto de investigación por los futuros antropólogos, y, por otra parte, luchar para llevar a Chile y el mundo su música. A nuestro juicio esta ecuación sólo puede resolverse reconociendo y valorando nuestra identidad étnica y cultural que emana del mestizaje entre españoles y diversos pueblos indígenas.

Siempre nos estamos preguntando quiénes somos y, en realidad, la respuesta es siempre esquiva y renuente pues desconoce nuestra identidad básica mestiza. Este reconocimiento permitiría enfrentar nuestra forma de ser como pueblo de manera muy diferente. Permitiría, al menos, dejar de buscar nuestra identidad en las raíces únicas de la cultura occidental y engarzarlas con la cultura indígena tan presente en nuestra esencia, en los parajes que nos rodean, en la forma oblicua de decir las cosas, en el temor al ridículo. Esto, tal vez descubriríamos, que es típico de pueblos que aún sienten que el peso de lo hispano blanco y lo formal legal constituye primacía y que lo que provenga de las culturas rojas, otrora dominantes, no tiene su espacio en la expresión cultural. Tajantemente: Chile es el país de América Latina que mejor refleja la mezcla étnica cultural producto de la conquista española. Desconocerlo es nuestro pecado original y también esto se refleja en la producción musical. O nos aferramos a un pasado de la cultura rural o nos adentramos con orgullo de nuestra identidad, creando un estilo musical que aúne nuestra raíces mestizas en un ambiente de globalización urbana que nos impone, para no perecer, actualizarnos y comprender las necesidades musicales de esta época.

Más allá del aumento poblacional de Chile que ya señalamos, cabe destacar que la estructura demográfica del próximo Chile será bastante distinta del Chile actual.

Chile envejece progresivamente, al estilo de los países desarrollados aunque sin llegar aún a sus cifras. La población infantil es de un 30% y los adultos mayores cerca de un 7%. Por poner sólo algunos ejemplos comparativos en EEUU el 22% de la población tiene menos de 15 años y el 13% es adulta mayor; en Europa el 19% y el 14% respectivamente.

Hoy en día uno de los temas que comienzan a preocupar es esta tendencia al envejecimiento de la población, como consecuencia del descenso del ritmo de crecimiento de la población. La evidencia muestra dos hechos significativos y sintéticos: el aumento de la esperanza de vida (75 años), 20 años más que a mediados de siglo, y la disminución de la fecundidad (actualmente 2,4 hijos por mujer en edad reproductiva), tres hijos menos que a mediados de este milenio.

Este importante ganancia de años ha modificado, y seguirá modificando, fuertemente nuestra estructura demográfica y, en consecuencia, también nuestra estructura social y las demandas asociadas.

Como consecuencia de las elevadas tasas de fecundidad de los años cincuenta, el grupo de edad que más crece actualmente es el de 30 - 44 años: aumenta a un 3,3% anual. Y esta generación seguirá adelante y es un fenómeno que debemos considerar pues constituirán los adultos mayores en sólo 20 años más.

Otro de los hechos relevantes corresponde a la disminución de la fecundidad. Se dan como explicaciones el aumento de los niveles de educación de la mujer y su consecuente ingreso al mundo público. Si en Chile a mediados de siglo sólo 20 de cada 100 mujeres mayores de 15 años participaban en la fuerza laboral, ahora lo hacen 30 y la tendencia es cada vez más creciente. En países industrializados un 42% de las mujeres mayores de 15 años participan en la fuerza de trabajo.

En síntesis, hechos vitales tales como el aumento de la esperanza de vida y la disminución de la fecundidad nos presentan un esquema de vida que está modificando nuestra cultura, nuestra forma de ver y hacer la vida, la forma de relacionarnos. Existen menos problemas generacionales en un espacio compartido, pero aparecen problemas de soledad en los adultos mayores, quienes viven más pero también más solos y necesitan encontrar nuevos sentidos a su vida, buscar trascendencia. Abrir el camino de su quehacer presente y apoyar su desarrollo anímico en el camino espiritual que le ha sido trazado y en el lugar que permita su evolución. En este sentido la música con su función enlazadora del pasado, presente, alma y espíritu, ayuda para este propósito.

La familia también está cambiando. Es más pequeña, se comparten espacios más reducidos, los abuelos viven más años pero no tienen cabida y se alejan creando distancias mayores entre las distintas generaciones y reduciendo la trasmisión cultural. La socialización por vías secundarias prima sobre las vías primarias. Emergen nuevos tipos de familias, fenómeno que debe ser reconocido e incorporado a nuestra cultura.

La mujer está ingresando cada vez con mayor fuerza al mundo público, hasta hace poco feudo de la masculinidad. Lucha por ser reconocida y la sociedad le está abriendo sus puertas. Se encuentra en el difícil trance de integrar los valores arquetípicos de lo masculino a su condición femenina. Y lo está logrando con el apoyo no siempre valorado del hombre. ¿Pero que pasa con la integración y reconocimiento social de los valores arquetípicos de lo femenino en el hombre? Para mejor comprender la actual tensión en la relación de hombres y mujeres es necesario analizar, entrecruzadamente, la consideración social del género y la relación femenino - masculino, a través de sus principios permanentes.

La ciudad cambia, el espacio donde se desenvuelve nuestra vida y la de aquellos que forman parte de nuestra comunidad emocional ya no es la misma que hace 20 ó 30 años. El espacio de vida es más reducido, las distancias más largas, los hitos arquitectónicos se pierden, dando paso a nuevos edificios y nuevos lugares públicos de encuentro social marcados por la modernidad funcional. Asistimos a un cambio en el uso del suelo drástico donde el implacable mercado aplasta nuestros recuerdos y nuestra memoria, obligándonos a reinventar permanentemente los hitos físicos y humanos.

La pérdida del recuerdo se constituye en trauma e incrementa la angustia y el temor a lo nuevo, a la modernidad. La búsqueda de lo conocido se torna indispensable para asimilar los rápidos cambios sociales. La música, con su diversidad rítmica puede contribuir a atenuar el trauma del cambio constante y con su blanda melodía dulcificar la vida cotidiana y contribuir a una mejor asimilación de las tendencias estructurales que acompañarán los sonidos del próximo milenio.


Magíster en Antropología y Desarrollo | Departamento de Antropología | Universidad de Chile © 2000
Diseño y Edición Francisco Osorio
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